Black box

A. (K.)
8 min readApr 6, 2022

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She’s uncertain if she likes him
But she knows she really loves him
It’s a crash course for the ravers
It’s a drive-in Saturday.

Escena 1: Papá entra a escena. Compró un aparato negro que tiene en letras doradas dos letreros que dicen respectivamente “Sony” y “Betamax”. El hijo, de cinco-y-algunos-meses años — que está aprendiendo a leer—, descifra los letreros y pregunta al papá por el significado.

— Es un aparato para ver películas. Vamos a ir a rentar una película y te va a encantar.

En el siguiente corte vemos al hijo emocionándose con cada escena de una animación donde un zorro pelea contra un león usurpador del trono de Inglaterra. El año es 1988 (enero o febrero) y está formando sus primeros recuerdos claros; este se le queda incrustado en la memoria para siempre. La familia va huyendo de la muerte y destrucción provocada casi tres años antes por el gran terremoto de la gran ciudad hacia un pueblito en las montañas. Probablemente en el videoclub local hayan tenido que reponer la cinta por desgaste un par de veces.

Escena 2: A finales de 1989, el hijo va a ver su primera película “seria”: su héroe favorito, un señor que se disfraza de murciélago para golpear criminales hasta la incapacidad, está protagonizando una historia nueva con clasificación “para adolescentes y adultos”. Está tan emocionado que la mamá acepta rentarla. Le tapa los ojos en las escenas más violentas. El hijo vería la versión sin censura materna aproximadamente un año después. Claro que a escondidas.

Escena 2.5: A escondidas también, pero en casa de los abuelos y en compañía de los primos mayores, ve (a medias, hasta donde el terror se lo permite) una serie de películas que involucran a un muñeco asesino que cobra vida, un payaso que come niños y un señor quemado que mata gente en sus sueños. Los años fueron ¿1992? a 1993 o 1994.

Groovy.

Escena 3: de 1989 a 1994 fueron grandes años: un cuento de Hans Christian Andersen en versión dulcificada, uno de las mil y una noches, una fantasía espacial con espadas láser, propaganda militar gringa de pilotos de avión enfrentándose a los rusos (y un boxeador vengando a su amigo de otro tipo con esa nacionalidad) (qué grandes villanos han sido los rusos), un chico que aprende karate para defenderse de sus bullies, otro chico que tiene que viajar en el tiempo en el auto de un científico excéntrico para salvar su propio presente y su futuro, un robot humanoide que viaja en el tiempo para salvar en el pasado al líder de la resistencia humana contra los robots, un niño que defiende su casa en navidad de dos ladrones torpes, otro niño que tiene que rescatar un reino de fantasía antes de que sea tragado por la oscuridad, un parque de atracciones con animales extintos revividos gracias a la ingeniería genética.

De todos esos, el que se queda más claramente en su memoria es el parque de atracciones con animales extintos. Es la primera experiencia en la que ahora sí está completamente inmerso en dos horas de encierro en la oscuridad, entre miradas de asombro a los papás y a su hermano, con gritos de emoción, palomitas y refresco. No es la primera vez que acude a ese lugar, pero sí es la primera que disfruta tanto.

(Además, el hijo era un nerdazo que se sabía absolutamente todos los nombres de las especies que salieron. Por supuesto que esto sólo reforzó su nerdez).

(En el pueblito no funcionaban esos lugares, por lo que fuera de la Betamax — ahora VHS— esto normalmente era una diversión de vacaciones de verano, de vuelta en la gran ciudad).

Escena 4: salto temporal a 1999. Un grupillo de seis adolescentes — los tres pequeños orangutanes tratando de ligar a las tres chicas— acuden muy emocionados al reestreno del cine en el pueblito. Iban a ver la nueva-muy-publicitada entrega de las espadas láser, pero justo un fin de semana antes la cambiaron por una historia de comedia y acción sobre una antigua momia egipcia. Los nervios y las hormonas adolescentes, con toda su cursilería, son tan densas que casi pueden rebanarse en el aire. No ocurre (por estar entre amigos)(ni ocurrirá en esa época) nada más que un roce de dedos y unas manos agarradas hasta resbalarse de sudor, un “tu sudadera huele muy rico” de parte de la chica y unas sonrisas nerviosas con cruce de miradas (she’s uncertain if she likes him, but she know she really loves him). El grupito acudiría otro día (por morbo) a ver algo con un título muy “explícito” sobre sexo pero que en realidad podría haberse traducido directamente como “Intenciones Crueles” (en ese entonces los que traducen los títulos aún sabían lo que hacían dependiendo del público al que querían dirigirlo) y otra más con un título que también hablaba de sexo y lágrimas, pero mexicano. Las escenas de los espectadores (que eran más importantes que las de la pantalla) en ambos casos fueron similares a la anterior.

Escena 4.5: En unas vacaciones de 2002, en otra ciudad, viendo una animación sobre un pequeño extraterrestre que llega a Hawaii con dos hermanas huérfanas, ahora sí ocurrirían los resultados deseados con esa persona en ese verano de 1999.

Escena 5: de vuelta a vivir en la gran ciudad, la primera experiencia de entrar a la pantalla oscura completamente solo ocurriría viendo una historia épica sobre elfos, dragones, enanos y humanos combatiendo por la destrucción de un pequeño objeto lleno de maldad. Esto fue en 2001. Luego llegaría el primer periodo de apartarse un poco de este mundo de fantasías porque la realidad y sus obligaciones ya reclamaban atención. Sin embargo…

Escena 5.2: Estamos en 2003 y se acude por primera vez a un estreno mundial para ver la conclusión de una historia donde un Elegido debe salvar a la humanidad de una esclavitud tecnológica. Lo importante de esto, además del estreno, es que la asistencia es con amigos. Pura y simple amistad. Ya habían acudido un par de años antes, juntos por primera vez, a ver la historia musical de un espectáculo francés y un molino rojo. Pero lo del Elegido fue mejor.

Escena 5.5: 2006. La universidad terminó. Es el mejor periodo para ver la mayor cantidad de historias. Probablemente hubo más en un año que en todos los anteriores combinados. Al fin hubo tiempo de ver los “clásicos indispensables”. El espectáculo superheroico también ya estaba por comenzar su apogeo y nada volvería ser igual.

Escena 6: la realidad pega con todo y las historias no iban a ser la excepción, al igual que la música. Desde 2007, el tiempo y el dinero se fueron acabando, comprimiendo, en lugar de expandirse. El ensimismamiento era inevitable, pero el entusiasmo siempre permaneció ahí, a veces oculto, pero presente en una forma u otra. Seleccionando bien las historias a las que sí había oportunidad de acudir.

Escena 6.2: 2008. Punto de quiebre fuertísimo con la realidad. Mantiene a flote la música y un par de historias y sucesos: una visita a la Cineteca, una nueva entrega del señor que se disfraza de murciélago y otra que trata (entre varias otras cosas) sobre viajes en el tiempo, discusiones sobre la sexualidad de Pitufina, una persona con disfraz de conejo diabólico y la inevitabilidad del destino y lo inútil de querer escapar del eterno retorno.

Escena 6.5: 2013. La segunda gran crisis. Si hay crisis de los 25, con más razón habrá de los 30. Un punto muy muy oscuro, casi sin historias. La única visita al cuarto oscuro ese año es para ver la que corresponde al último hijo de Krypton. Después todo fue caos. La luz al final (que no fue el final) llegó entre septiembre y diciembre.

(Pausa para comentar sobre lo horrible que es el estar tan absorto en el trabajo y en los problemas que al final del día no quede nada de energía, ni siquiera la mínima para absorber un cuento).

Escena 7: Dos personas muy heridas vuelven a refugiarse (ahora juntos) en un mundo sencillo de fantasía con una historia sobre unos juguetes formados por piecitas que se ensamblan. Supongo que aquí hay una analogía en eso de volver a ensamblarse.

Las historias nos salvan. Pero también el medio. Porque no es lo mismo sentarse a ver una película en tu sillón que en la sala de cine. Claro que siempre se agradece poder verlo en la comodidad de la casa. Y puede haber muchos sucedáneos: pantallas planas gigantes o proyectores caseros. Barras de sonido y arreglos envolventes. Sillones gigantes comodísimos.

Nada se compara a pasar a la fila de los dulces y después entrar bien dispuesto a poner toda tu atención a la pantalla gigante que tienes enfrente, olvidarte del teléfono por dos o tres horas y sumergirte de verdad en la historia. Sí, es lo que te cuentan, pero también el medio en el que lo hacen.

Podemos alegar que hay muchas cosas que demeritan la experiencia: el ruido, la gente hablando y revisando sus teléfonos, los adolescentes babosos que gritan y avientan palomitas, o los niños que lloran a media función de una historia que no es la adecuada para ellos.

De alguna manera, eso también forma parte del estándar para mí. No me quejo. Lo acepto como parte de lo que es.

Claro que las historias y sus narradores tienen importancia, y hay un efecto muy negativo que empezó a germinarse desde el boom de los superhéroes (que por otra parte, es un género que amo mucho) porque todo el dinero que existe para el cine se va a esas producciones… o a los modelos que tratan de imitarlas.

Pero siempre he dicho que soy un zafio que le gusta ver robots, lásers y explosiones increíbles en una pantalla mientras mi cerebro se desconecta de la realidad (y muchas veces de la lógica, aún la propia de la historia en pantalla). No soy el más fan de las historias narradas en blanco y negro de un artista desconocido de Checoslumbría que hace una analogía sobre la vida y la muerte mientras filma durante 25 minutos escenas de una mosca agonizando. Pero. Pero… siempre la voy a disfrutar — al igual que las demás — si estoy en el cuarto oscuro y en las circunstancias o con las personas adecuadas.

Tampoco soy esa persona que sabe todos los datos técnicos de las películas, y soy malísimo con los nombres de los actores. Es decir, claro que aprendo algunas cosas de pasada. También se me quedan grabados los nombres de los más famosos. Pero usualmente lo que más me ocurre es que veo a alguien y digo “esa cara ya la ví en otro lado”. Bendito san google que socorre mi memoria de pez para este tipo de detalles. No soy cinéfilo. Solamente amo estar tirado comiendo porquerías, absorbiendo una narración visual, dejando que me atrape. Y si no me atrapa, al menos espero reírme en compañía o comentarla después.

Pero eso sí: en cuanto una historia atrapa mi atención, les puedo decir todos los detalles, el antecedente, las referencias, los easter eggs y el día, lugar, y personas con quienes la vi por primera vez.

Porque las historias que nos cuentan también tienen la facultad de crear más historias afuera de ellas, en todo lo que las rodea. Y eso es lo mejor que tienen.

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A. (K.)
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